martes, 5 de agosto de 2008

El tragiquete de la vida




(o ejemplar cotidiano de la Tragedia)


Los años pasan, pero ¿acaso Usted o yo podríamos decir que nuestras propias vidas son unidades en sí mismas?. Seguramente no. Contempladas como un conjunto de acontecimientos acaecidos en un número indeterminados de años (los de nuestras respectivas vidas), solamente muy a fuerzas y pretendiendo ser prácticos, ya que más bien vivimos primero haciendo y después tratando de dar sentido y significado, para finalmente segmentar y dar ubicación a las vivencias en unidades “lógicas” (casi entendido como un obvismo social) o unidades temáticas...
Tras tanta fragmentación, muchas veces incomprensible y dolorosa (que asimilamos sólo de alguna manera con el Uno de Plotino o el Uno Primordial de Nietzsche, o en una referencia más común, con El lobo estepario de Hesse), ¿quién podría encerrar su vida en una unidad total de unidades, cual libro de contenido circular (porque se encierra en sí mismo, no porque no tenga final), o cual ecuación que se repite eternamente arrojando el mismo resultado?
Resulta bastante ingenioso por parte de Aristóteles plantearnos la Tragedia como una representación de las cosas como debieran ser, y no como son. Desgraciadamente no podemos vivir como trágicos, casi como alegorías, y no porque no sea posible existir creándonos nuestro propios diálogos trágicos de acuerdo a los argumentos bondadoso o maléficos de nuestros caracteres, sino porque es evidente que no tenemos el permiso social de hacer girar el mundo en torno a un evento (una muerte, una traición, etc) que nos concierna particularmente como individuos, porque ¿quién puede poner al mundo en función de sí, sin ser considerado como un loco al que sólo le queda relegarse y aislarse, para poder ser únicamente producto y justificación de su propia obra? (quizá solamente los gobiernos poderosos, aunque aun estos parecen ser más bien grandes aparatos y no personajes por sí mismos).
A estos especímenes raros, no sólo los de personalidad antitrágica nos auguran un destino final fatal, sino que ellos mismos lo presienten... Nosotros mismos... Somos los protagonistas de nuestras tragedias sólo que la culpabilidad de nuestro desenlace es de acuerdo al espectador:
Para el práctico antitrágico, el culpable es el propio loco-trágico, pues es trágico de sí; mientras que para este relegado incomprendido los culpables son los dioses, así como muchos de aquellos malditos prácticos y todos aquellos susceptibles de ser culpados, pero no él mismo, al menos no en esta fase.
Esta percepción de opuestos no es tan real, pues el supuesto trágico de la vida cotidiana notará que no basta con sentirse el protagónico de un evento de esta índole, sabrá que tendría que morir o darle un fin a su tragedia como debiera ser. Así, más bien se vuelve una comedia si es que no una sátira, y cada vez más si continua con recrearse continuamente en sus proyectos de tragedias.
No obstante, la culpa de sí mismo llega como resultado de estas seudo-asimilaciones trágicas que no tienen unidad, pues no cuentan con final. Así que, tragiquete de la vida, suicídate y realiza la tragedia, o traiciona tu sentido trágico (o esas actitudes, cual sea tu caso), y vuélvete un práctico hipócrita. (aquí habla mi intento de practicidad conclusiva al escribir, así que el hipócrita ha ganado terreno momentáneo en mi).
Quizá te merezcas una solución menos terminante: regocíjate en la identificación con la pequeña colectividad de tragiquetes de la que pretendes o deseas ser parte, pero no seas bárbaro en tu actitud con miras e ínfulas dionisiacas, permite que Apolíneo te equilibre con sus apariencias de practicidad, sé tu propio hipócrita de vez en cuando.
Con relación a las teorías del espectador ideal que menciona Nietzsche, yo diría que si lo existe, aunque independientemente de un coro, pues mi ejemplo no es visto como un espectáculo de obra teatral, sino como vida trágica.
El espectador sólo es ideal cuando se recrea en sus propias tragedias, pues el las vive, se las actúa y se las representa, y también tiene final o muere en sus hipótesis trágicas de sí mismo, pero el actor que ha vuelto de sí no perece hasta que la vida decide eliminarlo u opta por el suicidio cuando ya no se siente suficientemente fuerte para representar otra tragedia. Otro sería el espectador externo, o espectador práctico, el que se queja de la representación si no le gusta o la disfruta con goce de no ser aquel personaje atragicado.
Nietzsche no aceptaría esta teoría del espectador, pues el trágico del que yo hablo es bastante individualista en su representación; y el práctico es individualista en el disfrute de su propia suerte en contraste con lo que contempla en el tragiquete. La individuación es romántica, o en todo caso, producto de las “sociedades democráticas”. Bueno es que no ser alemán en tiempos de ese filosofo, sino mexicano de los míos. Las manchas de mi espíritu y de mi dialéctica son otras a las que él menciona para el alemán.

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